Conectados con la OLA 40

Avanza la cuaresma y seguimos adelante con varios de los compromisos de cambio de vida que nos hemos propuesto en este tiempo tan especial para la Iglesia. En el Distrito Lasallista de Bogotá nos hemos propuesto vivir de manera intensa la práctica cristiana de la oración, la limosna y el ayuno en estos cuarenta días (OLA 40, por sus siglas) con una serie de acciones diarios que nos ayudan a transformar nuestro corazón. Quisiera ayudarte a renovar tu compromiso personal reflexionando más a profundidad el sentido de estas prácticas dentro de la Iglesia, apoyados por algunos textos bíblicos que iluminarán este trayecto.

Oración: Solo en el amor al prójimo encontramos la presencia de Dios

Te preguntarás porque inicio con esta frase al hablar de oración, puesto que esta es una práctica más de carácter personal, donde en la intimidad logro conectar con ese Dios al que acudo cuando necesito algo, cuando deseo agradecer o cuando ya tengo una experiencia constante con él. Pareciera que la oración depende del esfuerzo personal de cada uno, lo cual es muy importante, pero ésta queda a medio camino si olvidamos a las personas con las que comparto a diario:

“Así que, si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a ponerte en paz con tu hermano. Entonces podrás volver al altar y presentar tu ofrenda” (Mt 5, 23 – 24)

Si deseas presentar una mejor oración al Señor, el anterior texto bíblico nos recuerda que él nos quiere a todos reconciliados y Hermanos, razón por la que este tiempo de cuaresma es una invitación para dejar atrás las diferencias y los orgullos, dar el primer paso y poder mejorar nuestra relación con familiares, compañeros o con quien tengas alguna dificultad. Un corazón limpio de resentimientos es una mejor ofrenda para el Señor y sentirás que tu oración se hace más plena ante un Dios que te escucha y te comprende.

Pero el Señor no solo desea que te reconcilies con los demás, también te pide dar un paso más:

“Si alguno dice: «Yo amo a Dios», y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios, a quien no ve. Jesucristo nos ha dado este mandamiento: que el que ama a Dios, ame también a su hermano.” (1 Juan 4, 20 – 21)

 

La tarea se vuelve más exigente pero el anterior texto nos recuerda que la mayor evidencia que tienes para demostrar que amas a Dios se ve reflejada en el amor que sientes por otros. Nos damos cuenta entonces que la oración no se limita a una acción íntima donde solo nosotros le hablamos a Dios sino que su respuesta es invitarnos al amor sincero y profunda a los demás, aunque cueste más con unas personas que con otras. Esta cuaresma es la oportunidad de renovar la presencia de Dios en tu vida recordando que cuando le hablas a Dios, el quiere que le respondas desde tu corazón y desde el amor que expresas a los demás.

Ayuno: menos carne, más generosidad para con el prójimo

El ayuno es una de las prácticas más comunes durante la cuaresma, donde evitamos comer carnes rojas, (siendo la oportunidad para comer un delicioso pescado), tomamos alimentos más ligeros y hacemos penitencia corporal. Muchos aprovechan este tiempo como una oportunidad de controlar su alimentación (e incluso hacer dieta) pero su significado va mucho más allá de eso. Te invito a que puedas leer el siguiente texto del Antiguo Testamento como iluminación acerca del significado del ayuno:

Entonces el Señor le dijo a Elías: «Levántate y vete a la ciudad de Sarepta, en Sidón, y quédate a vivir allá. Ya le he ordenado a una viuda que allí vive, que te dé de comer.»
Elías se levantó y se fue a Sarepta. Al llegar a la entrada de la ciudad, vio a una viuda que estaba recogiendo leña. La llamó y le dijo:
—Por favor, tráeme en un vaso un poco de agua para beber.
Ya iba ella a traérselo, cuando Elías la volvió a llamar y le dijo:
—Por favor, tráeme también un pedazo de pan.
Ella le contestó:
—Te juro por el Señor tu Dios que no tengo nada de pan cocido. No tengo más que un puñado de harina en una tinaja y un poco de aceite en una jarra, y ahora estaba recogiendo un poco de leña para ir a cocinarlo para mi hijo y para mí. Comeremos, y después nos moriremos de hambre.

Elías le respondió:
—No tengas miedo. Ve a preparar lo que has dicho. Pero primero, con la harina que tienes, hazme una torta pequeña y tráemela, y haz después otras para ti y para tu hijo. Porque el Señor, Dios de Israel, ha dicho que no se acabará la harina de la tinaja ni el aceite de la jarra hasta el día en que el Señor haga llover sobre la tierra.
La viuda fue e hizo lo que Elías le había ordenado. Y ella y su hijo y Elías tuvieron comida para muchos días. No se acabó la harina de la tinaja ni el aceite de la jarra, tal como el Señor lo había dicho por medio de Elías. (1 Reyes 17, 8 – 16)

Es una historia impactante que nos recuerda que muchas personas hacen “ayuno” en el mundo no porque sea tiempo de cuaresma sino porque no tienen los medios suficientes para su alimentación. Todos hemos tenido la sensación de hambre en algún momento y sabemos que no es para nada agradable. Esta práctica en la Iglesia, más que invitarnos a cambiar nuestros hábitos alimenticios o mortificar el cuerpo, es una invitación a la solidaridad con el pobre, con el que sufre, con el que “ayuna” no por opción, sino porque no tiene más opciones.

Se nos invita en esta cuaresma a ser como Elías, no por lo exigente en la comida, sino por ser rostro generoso de Dios para con los demás. Un buen propósito para vivir esta práctica está en el ofrecer el alimento que tengo al que lo necesita, en el apoyar a un compañero que está pasando un mal momento, en el ser solidarios con quien pide de mi ayuda. Las posibilidades son infinitas e incluso puedes organizarte con otros para ser signo de generosidad en un mundo que en ocasiones olvida la necesidad del prójimo.

Por último, la cuaresma nos recuerda que los creyentes necesitamos alimentarnos de la Palabra de Dios, fuente de vida y de salvación. Son en momentos de angustia y dificultad, como los que vivió la viuda de Sarepta, donde necesitamos del alimento espiritual de la Palabra, que renueva nuestras esperanzas y nos recuerda la importancia de confiar en el Señor. Son muchas las cosas que nos ofrece el mundo para llenar los vacíos del corazón, pero en la Palabra encontramos un alimento espiritual nutritivo en ánimos y esperanzas para afrontar la vida.

Limosna: dar lo mejor de nosotros, no solo lo que nos sobra

Esta práctica es común puesto que en muchos lugares encontramos personas pidiendo limosna, ya sea en la calle, en algún medio de transporte público o cerca del lugar donde estudiamos o trabajamos. Hay historias que conmueven como otras que son indiferentes a nosotros, debido a que por lo general estas personas las encontramos en nuestros trayectos diarios y ya “hacen parte del paisaje”. En ocasiones les ofrecemos un alimento, algún dinero o podemos ser desconfiados pensando que gastarán lo que les demos en alguna cosa poco correcta. En el tiempo de Jesús también se daba limosna, como lo muestra el siguiente texto:

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“Jesús estaba una vez sentado frente a los cofres de las ofrendas, mirando cómo la gente echaba dinero en ellos. Muchos ricos echaban mucho dinero. En esto llegó una viuda pobre, y echó en uno de los cofres dos moneditas de cobre, de muy poco valor. Entonces Jesús llamó a sus discípulos, y les dijo:
—Les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros que echan dinero en los cofres; pues todos dan de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir.”

(Marcos 12, 41 – 44)

Esta historia, leída con detenimiento, nos muestra que el valor de la ofrenda no se mide por la cantidad de dinero sino por la cantidad de amor que depositamos en los demás. Estamos llamados a dejar de dar “lo que nos sobra” y a darnos por entero a los demás. Si bien no somos millonarios, podemos hacer ricos a los demás no solo con una ofrenda de dinero sino con nuestros talentos, con nuestra escucha generosa, con el compromiso por un proyecto solidario, con el deseo de ofrecer lo mejor de nosotros para la construcción de un mundo mejor.

La limosna nos invita a ser más sensibles ante las realidades de sufrimiento ocultas en el rostro de los pobres, quienes sufren de la exclusión y la indiferencia de una sociedad que no los tiene en cuenta y que los hace “parte del paisaje”. Estamos llamados a romper ese círculo vicioso y a cambiar nuestra mirada, ofrecerles aquello de lo que dispongamos y hacerlos sentir más humanos con nuestra ofrenda sencilla pero amorosa. Si bien el problema es más grande que nosotros, la viuda pobre nos recuerda que aquello que podamos aportar es valioso y bien visto ante los ojos de Dios.

También es una invitación a participar más activamente en nuestra comunidad eclesial, en la asistencia más asidua a la Eucaristía, en acercarnos a la confesión, en el poder aportar una ofrenda especial a la Iglesia durante este tiempo (incluso puede ser un compromiso familiar), a participar en alguno de los grupos o celebraciones que organiza tu parroquia. Que nuestra limosna sea dar lo mejor de nosotros para construir un mundo mejor, tal como lo soñaba Jesús cuando hablaba del Reino de Dios, el cual solo es posible con nuestra complicidad y el ofrecimiento de nuestras vidas y nuestros talentos.

Son muchos los retos que nos presenta la OLA 40 durante esta cuaresma, pero espero que este texto te motive a comprometerte un poco más contigo mismo, con los demás y con Dios, preparando tu corazón para la experiencia de pasión, muerte y resurrección de Jesús. La cuaresma es una oportunidad para recordar, como lo decía algún Hermano de la Salle, que “Dios nos ama como somos, pero nos sueña mejores”.