En el ejercicio que atraviesa nuestro horizonte vocacional, VOLAR ha permitido a este equipo consolidar el deseo de formación de cara a la diversidad contextual que atraviesa nuestro territorio. En función de ello, emerge conjuntamente el proyecto denominado Mi territorio, mi historia, cuyo objetivo propende por la sensibilización de niñas, niños y jóvenes que habitan el barrio Santa Fe, a través de actividades que fortalecen el autoestima y la autopercepción de sí mismas; para ello hemos tomado por vehículo pedagógico el trabajo artístico con una mediación reflexiva desde la palabra, el gesto y la acción. La finalidad se ha edificado en el transitar por este nuevo sendero que hemos trazado, a saber, que sus expectativas sobre un proyecto de vida —y posible futuro— puedan ser resignificadas en condiciones positivas y constructivas para su desarrollo integral, de acuerdo con su edad y las dinámicas propias del contexto donde se desarrollan.
Así pues, teniendo como punto de partida el carácter heterogéneo de la población que habita el sector, estructuramos un plan de trabajo que hace énfasis en dos ejes de formación: en primer lugar, la resignificación de sujetos políticos que habitan contextos de hostilidad y vulnerabilidad mediante narrativas reflexivas y críticas desde la esperanza; y por otra parte, la enunciación de ciudadanos emergentes de la resistencia a dinámicas invisilbilizantes que hoy les sitúan desde una periferia simbólica que hace difusas sus expectativas del futuro. Con estos dos propósitos, fundamentamos como banderas de acción colectiva el rescate del ser, de la infancia y de las dinámicas propias de su edad, mediante espacios de fuga llamados talleres, los cuales les han permitido ser niñas y niños, jugar, reír, enunciarse desde sus deseos y validar sus emociones, sentir el poder de ser agentes de cambio conjuntamente.
En ese sentido, nuestro trabajo en el Castillo de las Artes, en sincronía con los importantes proyectos que allí se desarrollan, ha buscado resignificar lugares en los que ha habitado el dolor, la angustia, el hambre y la desesperanza, haciendo de este lugar, un lugar hospitalario para las infancias que convergen en encuentros que se diversifican y enriquecen con sus presencias, pero que también posibilitan la reflexión y el arduo trabajo en algunas ausencias que se dibujan en un camino fluctuante por la naturaleza de las condiciones de posibilidad de aquel espacio. Como anteriormente se enuncia, usamos el arte como vehículo para la transformación, para el reconocimiento y para la visibilización de nuevas narrativas de niños y niñas que en silenciosos gestos amorosos se reúnen con el deseo de recibir el abrazo como llaves de puertas que se abren en las reflexiones de sí y de sus entornos, llevándose herramientas prácticas para una vida digna y de dignificación a su paso.